
Una fusión es una operación que no está al alcance de muchas empresas, en especial de las más pequeñas, los autónomos.
Cada vez se oyen más casos de empresas con muy pocos años de vida que se ven inmersas en un proceso de fusión. Me refiero sobre todo a startups, es decir, empresas tecnológicas mucha de ellas basadas en Internet que ante un lanzamiento exitoso son compradas por los líderes del sector para seguir manteniendo su hegemonía. El motivo de una fusión siempre es el mismo: las empresas líderes que son de gran tamaño cada vez lo tienen más difícil para crecer con sus líneas de negocio tradicionales y necesitan entrar en nuevos sectores o segmentos de mercado, reducir costes por economías de escala, o generar sinergias de cualquier tipo.
Por otro lado, una pequeña o mediana empresa también puede valorar la opción de hacer una fusión. Porque por sí sola lo tiene muy difícil para sobrevivir a largo plazo. Así que sus opciones no son muchas: vender, cerrar, crecer, o una fusión, y en este último caso hay dos variedades fundamentalmente:
Sin embargo, y a pesar de todos los estudios y preparativos que hay dentro de una operación de fusión, hay muchas que fracasan. Sobre todo aquellas que no se hacen para reordenar el patrimonio, como ocurre en el caso de las empresas inmobiliarias que buscan crear empresas patrimoniales.
El motivo del fracaso es que la obsesión por buscar formas rápidas de generar sinergias y reducir gastos se choca con el factor humano. Al fusionar empresas se generan duplicidades que hay que eliminar, y esos despidos pueden generar un mal clima de trabajo entre los que se quedan, por no hablar del choque de culturas que se pueden producir, al juntar dos plantillas diferentes bajo una misa dirección o cultura de empresa.
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